Eres de esas mujeres que te matan, que tienen en sus dedos caricias que queman, y en su boca el océano cálido y profundo. Y debajo del ceñido pantalón vaquero guardan la humedad asfixiante del Caribe, el olor de la playa cuando viene la noche.
Eres de esas mujeres que te matan. Que tienen en su piel constelaciones de estrellas imposibles de abarcar con una mano. Y en su sonrisa, en medio de sus labios, puedes gozar de siestas y sudores y comerte su lengua como si fuera un terrón de azúcar, una roja sandía de verano.
Sólo un roce de tu mano basta para meterme en todos los placeres que se esconden bajo tu blusa, en el vientre que aprieta tu cintura, en el pliegue divino que hay entre tus piernas. Cuando hablas y me miras se deshace en mi pecho el corazón, y el mundo ya no es el mundo, es sólo un jirón de deseo. Y sé que estoy muerto porque entonces comprendo que tú, mi Ade amada, eres de esas mujeres que te matan, y que ya no hay remedio. Porque eres la cura y, a la vez, la herida.
Mi Esposa, mi Amiga y mi Amante, siempre tuyo, siempre mía, siempre nuestro. Te amo.
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